El educador y poeta Pablo Carbone publicó su poemario Pasaje al diván con Editorial 3600, el 2019, a continuación un breve análisis y reflexión del libro, con algunos links de referencias para leer ensayos filosóficos a los cuales nos remite la poesía de Pablo Carbone en este libro.
Pasaje al diván desde el nombre hasta el último verso es una poesía que conversa con el existencialismo de Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre condensados en el ensayo de existencialismo como praxis literaria escrito por Renato Rodriguez, y algunos elementos del pensamiento iniciado por Aristóteles en su poética, y concretado por Hegel en la Fenomenología del espíritu.
La presencia de la obra de Heidegger también se destaca en los poemas de Pablo Carbone, como referidos a la idea de generación de significados en el ser, para habitarlo y deshabitarlo, desde esta idea del Ser, construir y habitar.
Lo anterior se puede apreciar en el poema Fatiga de los dioses
Qué la lumbre caiga sobre las fuentes,
que se arrime la fatiga, la hiedra consumada de las piedras.¡Qué la noche entierre su último algoritmo,
qué la muerte se resista al epitafio!Afuera hay un territorio de trúhanes, de mozuelas salvajes,
de primaveras rotas que no cesan en su doble llanto,
en su espasmo hondo,
en su tibio desamparo.Los dioses duermen, cansados de aquel viejo canto,
se pudren por tanta espina,
por tanto duelo amorfo.Ya nadie vendrá al consuelo amargo,
al pacto de luz,
a la redención del péndulo.
En este poemario hay historias para filosofar con lágrimas y sonrisas (carcajadas del tiempo), así mismo Pablo nos comparte una especie de biblioteca de la memoria, codificada por experiencias y recuerdos, algunas leídas a diario, otras empolvadas por la indiferencia y el miedo, sin embargo, la humana necesidad de trascendencia, lanza el verso en el papel, lanza el verso en el vacío de las ausencias para volverla biblioteca en una especie de malabares y relámpagos, como él mismo titula uno de sus poemas que canta:
Hemos cosechado migajas, leves incrustaciones de plomo.
Y la faena es ardua; cruenta la batalla de alfileres.
Respirar es todo un privilegio que no merecemos.
Perdidos y “atorrantes”, sabios malabaristas del ensueño.
¿Con qué ahínco vienes a entorpecer la estocada? ¿Bajo qué escoriaciones se esconde el
último verso?Dejemos a los deudos la página abierta, la última letra.
No nos adelantemos al estallido,
al estropicio,
a las erupciones del olvido.Que atisbe la semilla del relámpago, el hormigueo de cenizas.
Lo demás; la nada, será un reencuentro en los límites del Olimpo.
Mientras leo este Pasaje al diván salta a mi mente un pasillo largo, con muros altos, repletos de libros y más libros, que cuentan los caminos transitados junto a los amigos y los conocidos, en soledad y en compañía de los pensamiento callados y apretados por la codicia social.
Hay poemas que son los rostros de una sociedad, los rostros del miedo y de la ira, cada expresión y gesto de los rostros-palabras, mueve la historia misma de la humanidad.
Cada poema tiene su propia nostalgia y batallas (ganadas y perdidas), este libro nos trae en cada verso cierta sabiduría, que nos dieron los amigos que se van, pero cuyo cuerpo poético pervive a la materia biológica. Hay poemas en este pasaje al diván, que nos invitan a desandarnos a nosotros mismos, a darnos la pausa para homenajear y transferir el legado.
Esto último lo vemos en el poema que Pablo Carbone escribe a la poeta Emma Villazón Richter y al poeta Sebastián Molina, ambos migraron de la tierra al cosmos el año 2015. Sebastián dejó sus haikus en libros y muros de la ciudad, además de su bondad y visiones en el mundo de las redes sociales y comunicación digital, en tiempos en que aquello era poco comprendido y aplicado. Emma dejó su poesía y legado en investigación sobre literatura y lenguas, como huellas para seguir el camino espinoso que ella supo abrirnos.
En su poema Pablo les dice y pregunta con este tono existencialista que caracteriza al poemario Pasaje al diván:
El sonido de la muerte debe ser un golpe envejecido, un acorde liviano, una confusión
de cristales rotos.
Y cuando esa entrometida arremete sin aviso, sin credencial;
sin darnos tiempo para el consuelo del lienzo, para la resignación de las piedras
hay un doble vacío que desmorona cualquier intento de quietud,
cualquier sonrisa de utilería.
Y así sentimos una extirpación de lo sagrado, una condena deshabitada, un extravío en
la ventana.
Y leemos aquello que nos han legado, abrumados por la paradoja de la NO-ausencia, de
la voz intacta, del reposo de luz.
Seres altivos que hoy nos vigilan desde sus esferas particulares, desde sus cuencas
luminosas, desde las proyecciones de la duermevela.
¿Cómo capturar esta textura inclemente, esta laceración del fuego y la sal?
¿Dónde encontrar el punto benigno, la terca mansedumbre?
¿Cuándo callar las silbatinas de la tormenta, los resabios del vendaval?
Pasaje al diván transita por territorios de guerra y fe, buscando la paz, y a la vez temiéndole, es un poemario de poemas que son minas semánticas, que nos invitan a viajar entre unos y otros sentidos, para hablar de temas universales como el amor, la traición, el ego, la muerte, la amistad. Se explora desde la psiquis la etimología ficticia de estas palabras, se hacen giros poéticos que sueltan la espada después de la lucha y se arrojan al suelo para dejarse matar por el mismo verso y transitar en una nueva conciencia el siguiente paso-verso.
En Pasaje al diván hay poemas que perforan la piedra, y piedras que perforan el poema, hay espadas que se clavan en el aire y el aire las devuelve a la tierra, diciéndoles: –no se va de aquí quien no trasmuta el duelo y la melancolía, entonces hay poemas que se vuelven una gentil sonrisa de liberación.
Los poemas de Pablo Carbone nos invitan a mirar sin miedos, ni tapujos la conducta diaria con la cual hacemos nuestra historia, nuestras vidas, nuestro oficio.
Esta invitación la hacían los poetas de la antigüedad, para hablar de su propio presente nublado por los rayos de la rutina. Estos poemas nos mueven a mirar sin espejos nuestros recuerdos como humanidad, a superar los malentendidos de la vida y la muerte, son paisajes para transitar la conciencia que elegimos día a día.