Mi amigo Domingo Ábrego Faldin, promotor cultural, relator y facilitador de aprendizajes, actualmente ha decidido escribir crónicas de la frontera, tengo el honor de ir leyendo su proceso. En la foto siguiente está con su amada esposa y sus hermanas.

Es conmovedor reconocer la tierra adentro que nos vio nacer, los lugares donde el «Estado» no llega porque no le interesa la vida, sabido es que el Estado es una empresa más, que tranza con otras empresas de izquierda a derecha y viceversa, liberales, socialistas, comunistas, etc. el negocio es el mismo, todos finalmente están al servicio de partidos politicos y leyes de moda, para que suceda la justicia de turno, con la cadena de valores vigentes, sabemos que el Estado se dedica a comerciar las necesidades de sus habitantes, como si fueran propias. Domingo en sus crónicas, nos deja las evidencias de esta realidad.

Hace dos años atrás, Domingo Ábrego y Zenón Quiróz publicaron la historia de la Unión de Grupos Culturales, el paso de una generación de jóvenes de los años 1960, 1970, 1980 que gestó las bibliotecas municipales en las cuales mi generación noventera iba a hacer sus tareas y a disfrutar de actividades artísticas y culturales. Actualmente todo esto lo administra el municipio, pero en su momento lo gestaron ciudadanos que se encargaron de resolver sus propias necesidades en lugar de ir a pedirle al Estado, y claro, cuando ya todo está resuelto, viene el Estado a «encargarse de que las cosas sigan funcionando», típico de policías y burócratas, de yapa eligen un personaje afin para premiar, bla ble blio blo blu. 

Domingo y Zenón, son para mi, fundadores de las bibliotecas municipales de Santa Cruz de la Sierra, poco reconocidos por el medio, por cierto, debido al monopolio de los hechos en una sola figura, es un comportamiento típico de algunas sociedades del mundo, atribuirle a una sola figura la totalidad de los hechos. Al respecto, para profundizar esta conducta social, el filósofo y sociólogo alemán Axel Honneth en su libro La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral dice: «…confiamos en que la democracia profunda puesta en práctica, permitirá que las categorías de valores se revisen a diario y acorde a diversos contextos, algún día la humanidad superará el totalitarismo y centralismo en las formas de reconocer el trabajo colectivo y lo que cada uno da, más allá de sus redes, muchos dan su tiempo, su talento, su vida (…)». Así lo hicieron Domingo y Zenón, y mucha gente más, toda una generación de la Unión de Grupos Culturales.

La obra de Domingo, la vivida y la que está escribiendo, adquiere ante mis ojos un valor sociológico, pedagógico y filosófico, es una invitación a preguntarnos si queremos seguir cultivando el centralismo en el modo de valorar los hechos cotidianos, si queremos insistir y romper con el monopolio de los nombres y grandes apellidos, controlando las decisiones sobre qué hacer o no con los recursos colectivos.

Domingo nos invita a un viaje hacia la raíz de nuestras diferencias e inequidades, para encontrar la equidad y ser una sociedad que ha logrado reparar el daño causado por practicar valores que solo beneficiaron a un grupo de personas y dejaron en el desamparo a otros. Domingo nos invita a hacernos la pregunta ¿queremos solidaridad o justicia?, y luego ¿qué justicia y con qué leyes, quiénes escriben las leyes y que jueces deciden?.

Domingo está en pleno proceso de transcripción de su libro de Crónicas (del papel al computador), este artículo que escribo mientras lo leo, es un gesto de reconocimiento y divulgación del trabajo que él hace en silencio, Domingo tiene ya sus años y la vida que le ha tocado deja sus huellas, ayer fue su cumpleaños, lo celebro con esta nota.

Sigo leyéndolo, y pienso que este libro de mi amigo Domingo es una investigación sobre la memoria de su entorno, del mio y de mucha gente, de muchos de los que somos sobrevivientes, desde antes del covid19.

Domingo se aventura en la escritura de realidades adversas, magia, aprendizajes, resiliencia de personas que vivieron en brechas idiomáticas y económicas, pero sobre todo, personas que han salido adelante en la vida con su propio pulso, con su creatividad y buena fe. A estas crónicas, Domingo las ha titulado: Sobre abuela Casta y los últimos bárbaros de la frontera, sigue explorando otros nombres, a mi me gusta este, por eso lo cito.

Este libro denota en su estilo sociolingüístico que Domingo respeta el habla de una época y grupo social, ha comprendido la existencia de personas que vivieron los años aciagos, cuando sus vidas no tenían valor, eran moneda de cambio entre una hacienda y otra, entre un bando político y otro, soldados para una y otra guerra, etc. no había derechos humanos para estas personas, porque la cadena de valores de aquellos años, como diría el filósofo que más leí en mi adolescencia, cuando me daban crisis de asma y estaba en el hospital enojada por haber esperado horas para que me den un nebulizador o me habiliten una camilla, este filósofo me ayudaba a reflexionar mi realidad y la de quienes hacíamos cola en el hospital, y mi madre aguantaba con hidalguía la desidia del sistema, me refiero a Friedrich Nietzsche en su Genealogía de la moral. Domingo amplía esta genealogía, desde sus crónicas, esta que consitía en explotar al bárbaro, como expone Domingo en su libro: …darle techo y comida era señal de ser buena gente, no darle salario, trato humano, era parte del modus operandi y modus vivendi de la alta sociedad de hacienda, ¿es suficiente ser buena gente?.

Domigo escribe y deja una evidencia de esta genealogía de la moral de hacienda:

                   «Una noche, en la estancia El Guapasal se reunió alrededor de una fogata un grupo del             personal que cuidaba el ganado, mientras que los dueños de las mil cabezas de ganado vivían en la capital, disfrutando del poder político y económico, aunque algunas veces sus nombres se escuchaban por la radio, las noticias los vinculaban con hechos de corrupción; sin embargo, los mozos ingenuos creían que sus patrones tenían muchos enemigos. A su turno, la abuela Ramona, sin tierra, expresó: «De repente nomás ese patrón se hace bien rico ñarpeando (hurtar) ese ‘dorare’ (dólares) verde como hoja de macororó (planta medicinal)». La fogata seguía ardiendo, el sonido nocturno creaba emociones descabelladas en la tropa de nietos de diferentes edades.»

Este libro de Domingo es resultado del ejercicio de transcribir la memoria oral, los recuerdos desperdigados en el tiempo y espacio, las imágenes recuperadas entre una casa y otra, entre una anécdota del vecino vivo, del sobreviviente, del amigo muerto que vive en los rincones del recordis y al que lloras cuando vas a dejarle flores al cementerio, porque sabes perfectamente que no se murió, ¡lo mataron!, el sistema y su brutalidad.

Este es un libro que el promotor cultural y facilitador de aprendizajes y oficios, Domingo Ábrego Faldin nos trae para no olvidar que la historia de cada ser vivo trasciende cuando decidimos en una acto generoso y de compromiso, dedicar nuestras horas de vida a contarla desde las palabras hilvanadas entre el dolor y el coraje, poco a poco, con cariño, Domingo tiene la valentía de legarnos la historia de muchos habitantes que viven tierra adentro, y quedaron en la orfandad con 2, 3, 5 años de vida, que actualmente sigue vivos, sobreviven, gracias a su propia resiliencia y voluntad de vivir.

Domingo expresa en una de sus páginas:

                  «…Se menciona a los originarios como “bárbaros”, por que con este nombre los lugareños han     trasmitido de generación en generación el suceso, no es despectivo ni ofensivo a la comunidad. En El Tuna, actualmente vive un bárbaro que fue recogido en la frontera de Bolivia con Paraguay, zona La Salina, estaba abandonado con su hermanita, eran niños de 2 y 3 años. Al pasar por esa región, de venida a Bolivia, la familia de Amalio Bobadilla los adoptó, la niña falleció de tanto llorar y Manuel, el niño de entonces, vive aún en El Tuna, es uno más de la comunidad, tiene unos 48 años, estudió la primaria, su profesor fue Milton Net, sabe leer y escribir y afirmó: “Me siento boliviano, respeto a grandes y chicos”. Al contar los comunitarios estos sucesos de los bárbaros con cariño y picardía propios de la región, dicen: “Este bárbaro es uno de los que mató a mucha gente, para sobrevivir”, luego se escucha reír a todos. Manuel también se ríe y dice “Fueron otros, yo no había nacido, yo estaba en camino, mi alma no habìa nacido”. Son sucesos que cada comunidad vive y de los cuales aprenden todos, en El Tuna siempre ha sido muy significativo recordar estas historias…»

Gracias Domingo, por tu compromiso y coraje, para escribir la OTRA HISTORIA desde tu magna memoria. 

A continuación algunas ilustraciones que Domingo está realizando para acompañar las crónicas de su libro, y también una publicación del fragmento de un relato suyo.

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