El Reino, es un viaje revelado entre luz y dolor, un poemario precioso. Quiero compartirles mi lectura, una lectura que sigue durando, que ya se ha vuelto estudio, análisis, interpretación, y me sigue entregando reflexiones, por ello vuelvo a ella cada día de estos 4 meses que llevamos del año 2025.
Con mi amor Veranika nos quedamos meditando, conversando la fuerza religiosa y poética de este reino que nos regala Ana María Hurtado, la poeta, la psiquiatra, la salvadora de almas errantes, asentadas, peregrinas de la luz y del dolor de la vida en las muertes cotidianas. En estos días de semana santa que empieza hoy, domingo de ramos, decido compartir un poco de esta lectura.
Contexto y Temática
El Reino es un poemario de profunda espiritualidad y simbolismo, en el que Ana María Hurtado explora el concepto del «Reino» desde dimensiones teológicas, humanas y metafísicas. Inspirado en referencias bíblicas y filosóficas, el libro evoca una constante búsqueda del sentido de la existencia, del sufrimiento, de la redención y de la trascendencia. Desde el epígrafe, con citas de Rainer María Rilke, Simone Weil y Jorge Luis Borges, se establece un tono reflexivo y místico que impregna todo el texto. La dedicatoria a Armando Rojas Guardia, poeta venezolano de fuerte contenido religioso y existencial, refuerza la influencia de una poesía de fe y cuestionamiento.
La carrera literaria de Ana María Hurtado es diversa y rica: médico psiquiatra, poeta, ensayista y psicoterapeuta, ha colaborado en numerosas revistas literarias y de arte, tanto nacionales como internacionales. Entre sus obras se destacan títulos como La fiesta de los náufragos (2015), El beso del arcángel (2018, en coautoría con Leonardo Torres), El árbol que en ella muere (2023) y La única inocencia (2023). En El Reino, la autora se inspira en las escrituras bíblicas y en la figura de Jesús, a quien concibe como un gran poeta cuyas parábolas constituyen profundas construcciones metafóricas. Así se adentra en el territorio paradójico del Reino de los Cielos, explorando sus contradicciones y luminosidades sin las limitaciones de los dogmas.
Estructura y Composición
El poemario se organiza en diversas secciones, que funcionan como estaciones en un viaje espiritual:
- Anunciaciones: Se presenta la llegada del «Reino» como una revelación cotidiana y divina.
- Las Señales: Momentos en los que se reconoce lo sagrado en la vida.
- La Consumación: Relatos que abordan el descenso, el sufrimiento y el sacrificio.
- Signos de los Tiempos: Reflexiones sobre el destino de la humanidad y la historia.
- El Reino: Metáforas finales que intentan capturar la esencia inasible del «Reino».
Cada sección sigue un desarrollo temático que recuerda el ciclo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, pero reinterpretado de forma simbólica y con una carga existencial profunda.
Estilo y Recursos Poéticos
Ana María utiliza un lenguaje sobrio, cargado a la vez de musicalidad y profundidad metafórica. Entre los recursos destacados se encuentran:
- Imágenes sensoriales y místicas: Por ejemplo, «el Reino es un tigre dorado en medio de la selva» o «el Reino es una grieta en el pavimento».
- Intertextualidad bíblica: La autora reescribe y resignifica pasajes del Evangelio, tales como la Anunciación, El Huerto de Getsemaní o Los Tres Días de Oscuridad.
- Símbolos naturales y cósmicos: Elementos como las acacias, los higos, la luz y la lluvia se transforman en metáforas de lo divino.
- Diálogos con la tradición literaria: Con referencias a Borges, Weil, Rilke y Carver; Ana María conecta su discurso con una visión universalista.
La cadencia casi litúrgica del verso libre y la disposición tipográfica contribuyen a una lectura que invita a la contemplación.
Principales Temas
El poemario aborda diversos temas interrelacionados:
- El Reino como misterio:
No se define como un lugar concreto, sino como una presencia que se oculta y se revela en la cotidianidad.
«Todas las mañanas viene el Reino a mi ventana, desciende, ilumina, viene acompañado de trinos y cantos estridentes…» - La infancia y la inocencia:
La obra evoca la infancia como un tiempo de comunión con lo sagrado.
«Por eso, de los niños es el Reino.» - El dolor y la redención:
Hurtado transita por imágenes de sufrimiento, exilio y búsqueda espiritual.
«Supimos que ya no era nuestro, su Reino se deslizaba al ras de las columnas del templo, estaba en todas partes menos en el polvo de nuestras sandalias.» - La escritura como revelación:
En La Escritura en la Arena, la palabra poética se equipara a lo divino y efímero.
«Lo vi escribir sobre la arena, yo estaba desnuda ante la multitud, esperando las primeras piedras de la muerte…»
Análisis del Poema “ANUNCIACIÓN” aquí extraigo y desarrollo mi interpretación de uno de los poemas que más me impacta del libro:
«ahora que soy la interpelada
podría suceder que el Espíritu viniese a mí
en forma alada
para anunciarme la infinitud del verbo
a declararme el terror en las entrañas
la pesadez del universo
necesitada estoy de esquinas y elementos
mientras me inclino ante el Señor
su esclava
del parto del dolor
a la boca muda de la soledad
al signo urdido en la calle de atrás del corazón»
Este poema se configura como una intensa declaración de fe y vulnerabilidad, en la que la autora se posiciona, en primera persona, como receptora de una revelación espiritual. A continuación, exploro y describo los elementos críticos del poema:
Posición del Sujeto y la Interpelación:
La apertura «ahora que soy la interpelada» sitúa a la poeta en un estado de apertura y expectación. El término «interpelada» sugiere ser llamada o cuestionada por una fuerza superior, estableciendo así el tono místico y transformador de la obra, que invita a una entrega casi total ante la experiencia espiritual.
Visión Mística y Simbólica del Espíritu:
La imagen del Espíritu que «viniese a mí en forma alada» evoca simultáneamente ligereza y trascendencia. Lo alado simboliza la libertad y la inmediatez de lo divino, mientras que la posibilidad expresada en «podría suceder» introduce una tensión entre la esperanza y la incertidumbre. Se insinúa que el encuentro con lo divino puede revelar «la infinitud del verbo», sugiriendo una conexión entre la revelación y el poder transformador del lenguaje.
Contradicción y Ambivalencia: Luz y Terror:
El poema despliega una dualidad inquietante al pasar de la potencial iluminación a la declaración del «terror en las entrañas» y «la pesadez del universo». Este contraste destaca que la experiencia espiritual no solo abre la puerta a lo sublime, sino que también desvela las sombras inherentes a la existencia humana. Así, el terror se convierte en parte del conocimiento profundo, haciendo eco de la idea de que la verdad espiritual puede ser tan abrumadora como liberadora.
Necesidad y Subordinación en la Experiencia Mística:
El verso «necesitada estoy de esquinas y elementos» revela la necesidad de estructuras o límites que enmarquen la experiencia mística. Esta demanda contrasta con la vastedad del verbo anunciado, indicando que la poeta busca en lo concreto un ancla para asimilar la inmensidad de lo espiritual. Asimismo, la afirmación «mientras me inclino ante el Señor, su esclava» subraya la rendición y dependencia frente a lo divino, enfatizando la humildad y la entrega total en la vivencia espiritual.
Imágenes del Dolor y la Soledad como Vehículos de Transformación:
La serie de metáforas finales —“del parto del dolor”, “a la boca muda de la soledad” y “al signo urdido en la calle de atrás del corazón”— utiliza imágenes potentes y casi táctiles para transmitir la intensidad del sufrimiento y la soledad. El «parto del dolor» se inscribe como un proceso creativo en el que, del sufrimiento, surge una nueva verdad. La «boca muda de la soledad» evoca la incapacidad de expresar plenamente esa experiencia, mientras que el «signo urdido en la calle de atrás del corazón» sugiere que el verdadero mensaje espiritual reside en los rincones más profundos del ser.
En definitiva, ANUNCIACIÓN se erige como un poema en el que, a través de un lenguaje cargado de simbolismo y paradojas, se explora la tensión entre la revelación divina y el peso existencial del sufrimiento humano. Ana María Hurtado invita a aceptar tanto la luz como la sombra, reconociendo que la experiencia espiritual es una amalgama de esperanza, terror, necesidad y transformación. La poética de la interpelación y la rendición frente a lo divino se combina con imágenes que, pese a su aparente contradicción, conforman un retrato honesto y profundamente humano de la búsqueda de lo sagrado que es nuestro origen.
A continuación, otro poema que me impactó, y provocó este análisis:
EL NIÑO PERDIDO
“el polvo del desierto era liviano en las sandalias
sucumbían las hebras del atardecer
y el niño ya no caminaba entre nosotros
no había dejado ningún rastro
las preguntas punzaban en el pecho
solo callamos ante el espeso silencio de la noche
éramos –para Él- mortales peregrinos,
veníamos de un diluvio y de una lluvia de fuego
supimos que ya no era nuestro
su Reino se deslizaba al ras de las columnas del templo
estaba en todas partes
menos en el polvo de nuestras sandalias
regresamos”
En este poema estamos entre sombras y recuerdos, “El Niño Perdido” se erige como una meditación poética sobre la pérdida, el desarraigo y la búsqueda de sentido en medio del caos existencial, la migración, la itinerancia. La imagen del niño ausente, junto a la ausencia de su rastro en el polvo de las sandalias, se convierte en un símbolo que invita a explorar la fragilidad de la inocencia y la impermanencia del ser, en diálogo con voces espirituales como Borges, Khalil Gibrán y Tagore, el poema me trasladó a lecturas que disfruté en mi juventud y que me acompañaron cuando me partí la columna vertebral, días después de conocer la cruda verdad de mi origen.
Continúo con la descripción detallada de los elementos de quiebre del poema:
La Dualidad del Desarraigo y la Presencia
El poema abre evocando el “polvo del desierto”, un escenario históricamente asociado a la soledad y la purificación. La ligereza del polvo se contrasta con las “hebras del atardecer”, donde la luz se desliza en un ambiente de olvido. El niño, cuya presencia se desvanece, simboliza la inocencia perdida, recordándonos, como sugiere Khalil Gibrán en El Profeta, la esencia pura que se esfuma ante las inclemencias del destino.
La Búsqueda de Significado en el Silencio
Las “preguntas que punzaban en el pecho” y el “espeso silencio de la noche” revelan una angustia existencial y un anhelo de respuestas. En la línea de Tagore, quien invita a contemplar el misterio de la vida, estas preguntas se transforman en un llamado a la introspección. La ausencia del niño se erige como una metáfora del desapego, de la desconexión del ser humano con su propia esencia, evidenciando la soledad del alma en busca de consuelo y redención.
La Metáfora del Viaje Espiritual
El verso “éramos –para Él- mortales peregrinos” sitúa al lector en medio de un viaje espiritual, en el que la travesía se carga de símbolos apocalípticos: “veníamos de un diluvio y de una lluvia de fuego”. Este recorrido, casi mítico, evoca los laberintos metafísicos de Borges, en los que la memoria y el olvido se entrelazan, subrayando que la pérdida del niño es a la vez una tragedia y una señal de la transformación continua del ser.
La Paradoja de la Omnipresencia y la Ausencia
El contraste final –“su Reino se deslizaba al ras de las columnas del templo, estaba en todas partes, menos en el polvo de nuestras sandalias”– introduce una paradoja inquietante: lo divino se manifiesta en todo el universo, pero se oculta en lo más íntimo y terrenal del ser. Esta tensión entre lo omnipresente y lo ausente remite a la visión de Khalil Gibrán, que explora la dualidad entre lo inmaterial y lo tangible, y nos invita a reconocer que la divinidad, aunque presente, a menudo escapa a nuestra comprensión cotidiana.
La Búsqueda de Identidad y Redención
El regreso –“regresamos”– no es un mero retorno a la rutina, sino la confrontación inevitable con la pérdida y la incertidumbre. El niño perdido se convierte en la metáfora de la parte de nosotros mismos que se desvanece con el tiempo, impulsándonos a buscar un reencuentro con lo sagrado. Así, el poema se integra en la tradición de la poesía mística, donde la pérdida y el sufrimiento se transforman en vías para alcanzar una comprensión más profunda de la existencia.
En definitiva, “El Niño Perdido” es una reflexión sobre la fragilidad de la inocencia, el inexorable paso del tiempo y la búsqueda constante de significado en un mundo desolado. Al dialogar con las ideas de Borges, Khalil Gibrán y Tagore, Ana María Hurtado nos invita a contemplar la paradoja de lo divino: omnipresente y, a la vez, esquivo en la cotidianidad, revelándose en la intersección entre la luz y la sombra, entre la presencia y la ausencia.
Conclusión
El Reino se erige como una obra de gran hondura filosófica y espiritual, en la que Ana María Hurtado no solo reinterpreta la tradición cristiana, sino que abre paso a un territorio más amplio de cuestionamiento existencial. Su lenguaje depurado y sus precisas metáforas crean un universo poético que invita a la contemplación y a la trascendencia, dejando una huella imborrable en la memoria de quienes buscan en la poesía un eco de lo eterno.
En el análisis del poema “El Niño Perdido”, se evidencia cómo la autora utiliza imágenes poderosas y una paradoja que dialoga con tradiciones de la literatura universal. La ausencia del niño, la ligereza del “polvo del desierto” y la omnipresencia de lo divino en “su Reino” reflejan no solo la pérdida de la inocencia, sino también el desarraigo del ser humano en su camino espiritual. Esta meditación poética se entrelaza con corrientes literarias y filosóficas que van desde la mística grecorromana hasta las tradiciones teológicas de la India y Pakistán, donde la búsqueda de la verdad y la divinidad se expresa a través de símbolos universales.
La poética de Ana María, al dialogar con voces como Borges, Khalil Gibrán y Tagore, se abre a lecturas comparativas con la literatura hindú y pakistaní, que explora la conexión intrínseca entre lo terrenal y lo divino. Al igual que en los poemas sánscritos y las odas sufíes, donde la dualidad entre luz y sombra, presencia y ausencia, se convierte en vehículo para la redención, El Reino nos invita a sumergirnos en un viaje interior, en las luces, sombras y oscuridades más hondas de nuestras luchas existenciales más crudas. La autora desafía la rigidez de las tradiciones dogmáticas, proponiendo una experiencia estética y espiritual que trasciende fronteras culturales y temporales.
Desde una perspectiva teórica literaria, El Reino se enmarca en la intertextualidad, la mitología y la mística poética, tejiendo diálogos con textos bíblicos y tradiciones místicas de diversas religiones del mundo, culturas y espiritualidades variadas. Esta obra se adentra en las profundidades del espíritu humano, explorando la intersección entre lo divino y lo terrenal, lo sagrado y lo profano.
La poética de Ana María Hurtado logra que los mitos fundacionales de distintas religiones se entrelacen con la reflexión filosófica, y con las tradiciones teológicas de Oriente y Occidente, exaltan la trascendencia a través de la experiencia del dolor y la búsqueda incesante de la verdad. Recordemos que religión no es dogma, es el Religare: ese don que todos tenemos para conectarnos y vincularnos con nuestro ser.
En suma, El Reino se presenta no solo como un viaje personal de revelación y transformación, sino también como un puente que conecta diversas tradiciones literarias, ontológicas y espirituales. Es un libro que nos invita a mirar más allá de lo inmediato, a reconocer en cada pérdida, en cada sombra, la posibilidad de un reencuentro con lo sagrado. Así, la obra se convierte en un testimonio de la capacidad de la poesía para capturar lo inefable, recordándonos que en la intersección de la luz y la oscuridad, en el eco de lo divino y lo humano, se esconde la verdadera esencia del ser.