Empezaré a compartirles mis cuentos y relatos breves, fueron escritos hace 9 años, y es momento de empezar a oxigenarlos en estos espacios.

Un asesino contiene una humanidad brillante, simplemente no fue instruido para demostrarla, su imaginación es noble, comete sus asesinatos con el amor más infinito del alma humana. Según los relatos oídos sobre él, su mirada parecía invitar al diálogo, solo que cuando sus víctimas se entregaban, él las interpelaba y no las oía, él se apropiaba de sus cuerpos como queriendo encarnarse en ellas, ellas gemían y gritaban, pero él no se percataba de la situación.

Ellas se levantaban llorando del suelo, lo miraban con miedo y furia a la vez, se sentían impotentes, pero no podían odiarlo, solo atinaban a decirle que las lleve a casa. Entonces él les decía:

– ¿Por qué lloran?, vamos a tomar una cerveza y luego las llevo a casa.

Ellas querían hablar, pero no tenían suficiente aire en los pulmones para hacerse escuchar y tenían el vientre adolorido por las últimas pedradas, entonces él ante el silencio entendía que estaba todo bien.

Ellas, después de muchos años, de muchas pedradas y lluvias, se preguntan si es posible volver a creer en las personas, en el espíritu de la belleza infinita a través de la muerte y del perdón, intentan vaciarse de sus experiencias y del conocimiento, intentan desaprender, reconstruir y deconstruir lo que les queda antes de seguir descuartizando a “los ellos” que le recuerdan a él.

Ilustración de Verónica Lis.

 

Luego de unos años, entre viaje y viaje que ellas realizaban, afanadas en vender sus pesadillas a algún sujeto distraído, él las encontró, las saludó y les invitó un trago, pero ellas lo rechazaron, habían aprendido a decir ¡No!, pero sobre todo porque no querían descuartizarlo como a sus anteriores clientes, le tenían un cariño extraño.

Él supo desde aquel momento que con ellas no había más oportunidad, también supo quiénes eran las autoras de los muertos de la tele y el periódico…pero ni así tuvo miedo, siguió haciendo sus barrabasadas con otras que aún estaban en la escuela del Sí y no habían aprendido a usar navajas.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *