Escribiendo mis días: una forma de ser libres, fue un taller que realizamos entre agosto y septiembre del 2021 con mujeres del penal de Concepción de Chile, de manera online, gracias a las gestiones de la Dirección de Extensión Artística y Cultural de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, en coordinación con la jefa del Dpto. Sandra Salazar y la Directora de Extensión, la Sra. Gloria Varela.
Al finalizar el taller, se publicó una compilación de la oralitura, cada sesión las mujeres asistentes fueron «oraliturando» y yo fui transcribiendo taller a taller, las palabras y experiencias, de cada una de las mujeres participantes del taller que diseñé para ellas, para acompañarlas a mirar sus decisiones, desde sus procesos de reflexión y autoconciencia que se promovieron en el taller, donde mi técnica como tallerista fue el diálogo desde la etimología de sus nombres y la observación de las experiencias con las que han llenado de significado sus vidas.
El texto que leerán a continuación, lo escribió Tulio Mendoza Belio, poeta y académico de la Academia Chilena de la Lengua.
Escribiendo mis días sucede en el territorio de la vida, una geografía que reclama la experiencia del cuerpo y del alma para que la oralidad se haga escritura y el texto, invención y deseo. Al parecer todas las participantes de este hermoso taller literario, partieron invocando sus nombres. Excelente ejercicio del decir, pues el poeta es el que da nombre a los seres y a las cosas, el que bautiza, el que ve por primera vez.
La lengua es un gran poema: grande en extensión y en calidad. Ella encierra las posibilidades de la poyesis creativa (dejémosla así: redundante por necesaria y ejemplar). Conocer y tocar este instrumento nos permite ingresar al mundo, es decir, a la experiencia de la realidad y del corazón. Somos palabra y en palabra nos estamos convirtiendo cada vez que escuchamos la música callada y la soledad sonora de San Juan de la Cruz. Y Huidobro nos sopla al oído que el verso es una llave que abre mil puertas. Y el poeta Luis Antonio de Villena nos habla de “una forma que emociona”. No emociono yo, sino que el texto que se ha hecho carne psíquica.
Cuando Génesis Ávila Carrillo afirma que su vida es un libro y que su nombre es fuente de creación, no podemos olvidar a Walt Whitman cuando nos recuerda que quien toca un libro a un ser humano toca. ¡Qué sentido cobra, entonces, el poder genésico de la palabra que es trémula semilla y un más allá siempre! Mi soneto “Arte poética” que fue leído en este taller literario, comienza así: “Cuerpo el poema, cuerpo la palabra/ cuerpo, cuerpo la noche del sentido/ en que llegan a mi cuerpo sonidos/ como por obra de un abracadabra.”
La “gracia del cuerpo”, escribe Génesis y el abanico de significados despliega su aire: agradable, atractivo, hermosura, don, favor, perdón, indulto, afabilidad, habilidad, benevolencia, risa. Esa es la gracia de la poesía, lo cual nos permite a todos “trotar” pensamientos y experiencias y sentir la frescura cuando ejercitamos nuestros días. ¡Qué poder sanador con y desde la palabra, el verbo hecho carne, el cuerpo escrito, la escritura del cuerpo. Un cuerpo que no solo es individual, sino colectivo.
Y el cuerpo es camino, viaje. La “poética corporal” y la “erótica verbal” que nos enseña Octavio Paz ofrecen un particular significado en Jeannette Ramírez Gómez, quien establece una ruta hacia ella misma como una introspección en el amor y en el reconocimiento y valoración de la realidad y porque desea “tocar el corazón de los otros” y porque también el amor “corta las cadenas del dolor”.
En Melanie Domínguez Arroyo la metáfora de la hoja como algo frágil, leve, como desprendimiento y búsqueda, puede expresar bellamente que “La miel de mi voluntad guarda el nombre que me dieron mis padres.” Traspaso de la antorcha, entonces, con la gracia del reconocimiento y lo que también permite la poesía: verse desde afuera como el primer lector privilegiado de su propio texto-cuerpo.
Paulina Molina Muñoz, “la mujer que venció los miedos”, se mira en el espejo, pero no para verse a sí misma, sino que para pensar en un modo de mirar que le permita una introspección valorativa de su existencia. Hay libertad, valentía, fortaleza y la poyesis le permite “un destino de sabiduría”. La belleza como aprendizaje y los hijos como fuente y sostén de un retiro para conversar con Dios y comprender las lágrimas.
Paola Andrea Saldivia Gómez, como en Machado, se hace camino al andar: “Veo mi camino como varios poemas y relatos que aprendo a escribir hablando.” Y es que esa oralidad genuina, esa poyesis, es tiempo para ella y sus compañeras, lo cual “es una forma de libertad”, un estado de su conciencia: “… cuando estoy feliz me siento libre.”
La poesía permite recuperar, con sentido, esos espacios de libertad, porque siempre es apertura hacia lo otro, hacia una otra orilla alcanzable y deseable y deseada.
Concepción, octubre-primavera de 2021.