Gea/Gaia, diosa primordial, madre del Cielo (Ouranos) y del Mar (Pontos), engendradora infusa de titanes, cíclopes y gigantes, personificación de la Tierra en su centro vivo, profundo, ctónico, de raíces sagradas y secretas, del fuego iniciático y abra/s/z/ador:
ll-amando el viento en luna roja / en el rojo de nuestros comienzos / en la gruta de la tierra (“Soplo”).
Pneuma, respiración, espíritu, aire imantado de agua, agua ascendente y descendente en forma de aliento y lluvia, viento de creación y agua lustral, exhalación e inspiración: voz propia, voces ancestrales:
tu voz secreta decretando la apertura de todos los idiomas (“La raíz del agua”)
Poiesis, canto, lengua, lenguaje, escritura, grito, afonía, silencio:
Así, en este trance de lluvia y viento danza la lengua crisálida de la mariposa / se asienta en el tercer ojo / habla con su gramática sensorial / accede a las palabras… (“Figuras”)
Estos elementos –telúricos y poéticos, cósmicos y vitales– encarnados y complementados por el curucusí, la luciérnaga que ilumina intermitentemente la oscuridad, recorren y habitan la poesía de Claudia Vaca (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1984) en su más reciente poemario, Curucusí (LP5 Editora, Santiago de Chile, 2023).
En su “Poema intrauterino” se evoca una transformación y puesta en nueva circulación del soplo vital desde el pozo ignoto de la vida y la muerte, proceso que se libra en las entrañas y se instaura a través de los ojos, la grieta que permite el traspaso, la traslación, desde ese atrás, pasando por un entre y atravesando un trauma inmemorial: la partida, el parto. A partir de ese comienzo cuasi mítico, proto-bíblico, misterioso, se despliega la declinación radical (de raíz), que pasa a ser rizomática, de la escritura y la andadura de esta poeta. Su lenguaje poético procede por imantación, acumulación, segregación y recreación encadenadas de significantes –sílabas y vocablos– a partir de su raíz o proximidad etimológica, semántica o fónica, y así se expresa incluso fuera de los libros cuando describe su propia trayectoria:
desde el sagrado útero de mamá Mú vinimos a la tierra, sobreviVIMOS la luz y oscuridad. Hoy cantamos sonreHimnos de poiesis álmica.
Esta cualidad heurística abarca amplios registros léxicos y autorreferenciales vinculados a su diversa experiencia de vida y andadura profesional, desde los totaisales y tucabaca de su Chiquitos natal y los trinos del idioma bésiro chiquitano hasta los predios de la lingüística, la traducción y la investigación académica sobre desafíos y estrategias etnoculturales, patrimonio musical y memoria oral y escritural de su país y más allá de sus fronteras. Porque Claudia Vaca respira y vive a nivel planetario y su voz es plegaria humana y canto universal fruto de un auténtico habitar poÉtico como el evocado por Hölderlin:
¿Puede el ser humano, si sólo es tribulación la vida
mirar a lo alto y decir: así también
quiero yo ser? Por cierto. Mientras persista en el corazón
la caridad –la pura– pueden los humanos medirse
sin desmedro con Dios. ¿Es Dios enigma?
¿Es manifiesto como el cielo? Esto creo
más bien. Del género humano esa es la medida.
Pleno de mérito, sí, mas poéticamente habita
el ser humano en esta Tierra. Y no es más pura
la sombra de la noche estrellada
–si cabe así decirlo–
que el humano, llamado imagen de la divinidad.
(F. Hölderlin, „In lieblinger Bläue blühet mit dem metallenen Dache der Kirchturm“, Grosse Stuttgarter Ausgabe, ed. Beissner, II, 1, Kohlhammer Verlag, Stuttgart, 372 y ss., traducción de María Elena Blanco).
Esa caridad pura aludida por el poeta alemán, que se refleja también en la poesía de Claudia Vaca, no es otra cosa que la xáris griega y la gracia cristiana, que junto con la alegría y el asombro son dones otorgados a la infancia
Morada y fe en los minutos de brújula caleidoscópica /
Buscando en ella los días maravilluviosos /
De alegría de sandía en el río Choboreca de mi infancia… (Rhito de emancipación”)
que se agotan, en cuanto tales, en la edad de razón, a partir de la cual hay que aprender a ganárselos. En eso consistía la gaia ciencia o gai savoir de la cultura mediterránea antigua, que aunaba el talante etéreo y libre heredado de los dioses del olimpo y la fuerza oscura de Gea, la madre naturaleza (noción luego retomada por Nietzsche, quien le agrega el sesgo nihilista de la muerte de Dios y el culto voluntarista del superhombre como artífice de su propia creación).
La gaia ciencia que nuestra poeta despliega en Curucusí es, más bien, aquella capacidad gozosa y asombrada para ver y conocer el mundo, pero en su caso desde el prisma de la mujer libre, una supermujer que conserva la pureza de corazón de la infancia y es la encargada de la conservación y depuración de la especie, en particular del género masculino que, sumido en la hubris y en la guerra, parece –sugiere la poeta– haber olvidado la medida que lo acercaría a la armonía del habitar poético.
La mujer –madre que es hija, hija que a su vez es madre, generación paridora tras generación– recoge la semilla arrojada con desdén (“Albahaca del romero”, “Estirpe”) y encarna lo femenino feroz al aceptar lo femenino en él / lo masculino en nosotras (“Brote”). Solo esta postura inclusiva, proactiva, permite a la poeta decir: amamos, esto es, desde la asunción de un Eros integral, un útEros (“Mamá Mú”). De paso, con ello actualiza y perfecciona, para el género humano del tercer milenio, el pensamiento del historiador liberal francés Jules Michelet (1798-1874), que se declaraba un hombre completo por tener los dos sexos de la inteligencia.
En Curucusí esa completitud no es solo teórica: pasa por el cuerpo. El cuerpo de la mujer es vasija en que caben todas las lamentaciones y las celebraciones, tierra abonada para el recogimiento o la resistencia, marea atenta a los ciclos lunares con su ritmo de saturación y vaciamiento (véase “Llamas”). Pero también es superficie de escritura, lugar en que se despliega la gramática sensorial, formada por respiración –pneuma– y creación –poiesis–
Se inundan las metáforas /… / desde la tierra colorada / mirando los rieles descarriados del tiempo / llego a las tierras nevadas / conozco nuevos verbos / converso sustantivos ajenos y propios (“Figuras”)
hablan los signos ancestrales / se escriben en mi sangre (“Liana”),
una relación corporal con el lenguaje, que se unen en una misma realidad vital, un modo de existir, grabando el lenguaje en el cuerpo, inundando el cuerpo de lenguaje, desplegando la lengua –órgano y habla– en la naturaleza, al son del agua y del aire y de la luz ambigua que entra por el tercer ojo, en una actitud de recepción y entrega amorosas, haciendo que esa lengua lea y sea leída:
en cada ciclo de luna / en cada rayo de sol /
las figuras de la lengua crisálida / escriben el aroma del jardín / leen el jardín de sus abrazos… (“Figuras”).
La poeta forja aquí un universo de imágenes, su geopoesía (“Raíz del tiempo”), en que revela sus redes –no solo geológicas sino también geográficas, sociopolíticas–, de referencias intertextuales: Mundy, Zamudio, Pessoa, Otero, Sáenz, Pizarnik, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, y despliega su estilo basado en el oxímoron, la sinestesia y la invención lexical
haciendo vida la muerte (“Lis”)
molino / moler / oler / aguavientando (“La matriz del árbol”)
oyendo la neblina del lago (“La voz de la neblina”)
en una escritura libérrima que se desplaza por temas recurrentes y entrelazados en distintos registros, mezclando el discurso amoroso (“Olas”, “Lluvia de estrellas”, “Trance”, “Sol”) y el goce de la naturaleza (“Azulado”, “Isireri”) con escenas del folklore chiquitano (“Machetear el río”), el lamento por las oprimidas (“Albahaca del romero”, “Pozo”, “Duelo ancestral”) y la crítica al patriarcado (“Destejiendo”, “Estirpe”, “Tregua”), pero siempre consciente de que todo ello es texto, creación de lenguaje, y por momentos, canto. Es decir, materia poética. Ese gusto de la autora por la sinestesia denota un elevado sentido de las correspondencias sensoriales y espirituales tal como las entendió Baudelaire en su famoso soneto:
Como lejanos ecos que confusos se esconden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
perfumes, sonidos y colores se responden.
(Charles Baudelaire, “Correspondencias”, Las flores del mal, trad. María Elena Blanco, RIL Editores, Santiago de Chile, 2021, pág. 37).
También están presentes las correspondencias entre los propios elementos naturales, desde la perspectiva del ser inmerso en la naturaleza, y ello de un modo curiosamente cercano al fragmento 36 de Heráclito de Éfeso que dice, en mi versión poética:
La muerte para el alma es ser agua
la muerte para el agua es ser tierra
pero la tierra hace brotar el agua
y el agua el alma.
Y al fragmento 31, sobre las transformaciones del fuego, que reza:
Fases del fuego: primero el mar, del mar la mitad tierra, y la mitad tormenta. La tierra se disuelve en mar, y se mide en la misma proporción que antes de devenir tierra.
(Heráclito, Fragmentos (Traducidos al español a partir de los testimonios griegos y latinos), Archivo Digital de Humanidades Ervin Said, 2020, https://www.mercaba.es/grecia/filosofia_de_heraclito.pdf consultado el 19.07.2023)
En el poema “Aire” de Curucusí se plasma la visión personal de la autora:
Fuego dice: Vuélvete aire en mi aliento /… /, que hable el viento y me incendie toda aquí en la eternidad de esta mirada.
Viento dice: Soplo, vuela, incendia todo a tu paso, que demasiada inundación has nadado sola.
Aire: Es momento de vivir en el ojo del agua.
Esas transformaciones del ser en la naturaleza son hitos y ritos (rhitos) de pasaje y de escritura en la andadura poética en el reino de Curucusí, como se expresa en el último poema del libro, “Rhitos de emancipación”. El fuego es el elemento bisagra –separador– en el hilo del tejido impertinente que es la muerte, el que quema etapas pero permite el renacer, mientras que el agua parece ser el elemento abarcador –enigmático– que inunda lo indecible, lo que rebasa el entendimiento humano:
Hay un pensamiento que todos conocen /… /
Hay un verso que todos conocen
Nadie recita
Se inundaría el mundo al pronunciarlo.
Pero esa afonía del verso, del poEmma (la afonía de la muerte: Emma es la poeta boliviana Emma Villazón, fallecida prematuramente) es cantada y luego sanada (temporalmente, se entiende, mientras van y vienen los pesares): se emancipan los rezos ritos mantras y
Con la luz del curucusí
Iniciamos la costura de estos bordes fronterizos
Entre el país vida y el país muerte
Al sentir y fundirse con la naturaleza (el corazón amazónico) a través del prisma VERde/verdad, la luz bienhechora del curucusí calma las aguas y matiza el fuego, que se torna arcoíris
entre las alas escurridas de parabas y picaflores (“Rhitos de emancipación”).
María Elena Blanco (La Habana, Cuba). Estudios universitarios y posgrados en literatura francesa, española y latinoamericana (Hunter College, Université de Paris, New York University). Docente de lengua y literatura y francesas, Universidad Católica de Valparaíso (1971-1973). Traductora/Revisora de las Naciones Unidas en Nueva York y Viena (1983-2007, actualmente freelance). Poesía: Posesión por pérdida (Santiago, Chile, 1990); Corazón sobre la tierra/tierra en los ojos (Matanzas, Cuba, 1998); Alquímica memoria (Madrid, 2001); Mitologuías. Homenaje a Matta (Madrid, 2001); danubiomediterráneo / mittelmeerdonau (Viena, 2005); El amor incontable (Madrid, 2008); Sobresalto al vacío (Santiago, Chile, 2015); Escrito en lenguas (Santiago, 2015, 2017); Oro vano (Santiago, 2018); y las antologías personales Wilde Lohe (alemán, Klagenfurt, 2007), Havanity/Habanidad (inglés-español, Miami, 2010), Poezie alese (español-rumano, Curtea de Arges, 2016); Botín (Leiden, 2016); y De parte de nadie (Matanzas, Cuba, 2016). Su poesía figura en numerosas antologías y revistas de diversos países, incluidas traducciones al alemán, chino, francés, griego, inglés, italiano, portugués y rumano. Ensayo: Asedios al texto literario (Madrid, 1999); y Devoraciones. Ensayos de período especial (Leiden, 2016). Traducción poética: Charles Baudelaire, Las flores del mal, francés-español (Santiago, Chile, 2021); Marie-Thérese Kerschbaumer, Neun Elegien/Nueve elegías (Viena, 2004); Gerhard Kofler, Am Rand der Tage/Al filo de los días (Matanzas, Cuba, 1998), entre otras. Reside en Viena, Austria, con estadías anuales en Chile.