El libro en cuanto territorio es un lugar donde llegamos y encontramos otros territorios, barrios, calles, ciudades, rostros…El lector en cuanto habitante es un ser transitando con todos los conocimientos, valores, miedos, seguridades, recuerdos y olvidos, las palabras que desconoce también lo habitan desde un vacío que será llenado, en algunos momentos cambian los roles y el lector es el territorio, donde el libro se asienta y despliega todo su potencial.
El lector no solo es un alfabetizado que transita con un alfabeto, la lectura no es un asunto de alfabetización, sino de conciencia, de intra e interculturalidades, intra e intertextualidades, desde allí el lector transita, desde su bagaje cultural, bagaje de palabras y estímulos, de películas, canciones, experiencias, lecturas anteriores, desde sus intereses, en los diversos alfabetos y códigos que el libro como territorio le plantee, a veces como frontera, a veces como puente. El lector en calidad de habitante tendrá el reto de transformar la realidad planteada en la que mejor le convenga a sus necesidades espirituales y materiales.
La lectura es un asunto de desarrollo humano, una dosis indicada de zinc y magnesio para el cuerpo humano, es tan importante como la correcta dosis de lectura de acuerdo a la edad del lector-habitante con los guías indicados; por ello la necesidad urgente de un Plan Nacional de Lectura en Bolivia: con presupuesto descentralizado para mediadores, bibliotecarios, psicopedagogos, equipamiento de salas para diversas edades, actualización bibliográfica anual, etc.; para acompañar el desarrollo humano de los lectores, tanto los escolarizados como los que leen por su cuenta, o los que no adquieren aún el hábito de la lectura, porque las condiciones materiales en las que vive le son adversas, porque su colegio no tiene biblioteca.
En este contexto, la pregunta implícita es: ¿cómo se forma un lector?, hay variadas formas de responder y variadas respuestas, relataré algunas desde los rastros de mi propia crónica lectora (aquí una reseña, por temas de espacio), para que los lectores de este artículo se animen a hacer su propia crónica como lectores, he reunido algunas, en el libro que espero publicar pronto, titula: Crónicas de lectores; son crónicas basadas en entrevistas y vivencias literarias con algunos lectores de mis talleres de lectura y literatura en diversas bibliotecas y colegios de Latinoamérica, que permiten ver cómo la lectura y los lectores están atravesados por diversas circunstancias, que vale la dicha considerar en nuestras decisiones diarias.
En mi primera infancia, el libro era mi abuelo, un libro andante, que tenía un tren, con él viajaba y me respondía siempre con una larga e infinita historia todas las preguntas que se me ocurrían durante el viaje en el tren del sureste cruceño, estas historias las tenía que continuar yo en mi cuaderno de apuntes (la agenda vieja de mi abuelo, yo las heredaba cada año, hasta tuve una de 1979, 5 años antes de yo naciera), claro no dominaba el alfabeto del colegio en su totalidad, ponía las letras al revés, me comía letras, cuando no podía con las letras ponía dibujos, o señas, pegaba alguna hoja u objeto encontrado en el viaje, hacía un collage de códigos.
Luego en casa de mamá había muchas enciclopedias, que mamá compraba a crédito, o que mi tía Sari o mi tío Lucho nos regalaban en alguna navidad o cumpleaños, eran enormes libros donde teníamos todo: mapas, matemáticas, lenguaje, ciencias, historia de objetos, países y personas, etc. ahí compartíamos con mis hermanos y mis tíos-hermanos, entonces el juego consistía en maratones de cultura general, me las daba yo de profe, mi hermana Dani me seguía la corriente redactaba las reglas del juego, los más grandes apoyaban a los más pequeños, venían amigos del barrio a jugar también, yo redactaba las preguntas cada noche, me obsesioné uno poco con el tema y llegué a hacer 180 preguntas, lo tomé demasiado en serio y mis hermanos ya no se divertían, se estresaban. Así que pausamos un tiempo el juego y cada quien leía lo que se le antojaba, a su ritmo, luego me pedían que les pregunte algo y se sentían realizados de relatar sus respuestas. Ahí entendí que lo mejor era que cada quien a su ritmo, en su libertad lea, busque, encuentre, o se vaya a pelotear, lo importante es que cada quien sea feliz a su manera, al final todos terminaban leyendo.
En mi adolescencia la casa de mi tía Chuly era el lugar de estudios, había muchísimos libros, era la biblioteca de la familia, tenían un computador que se utilizaba solo cuando era estrictamente necesario. Ahí también vivía mi tío Cecilio, quien era un docto en historia y geografía, era un deleite escucharlo. De yapa, estaba mi primo el más listo de todos, Pelitos, siempre predispuesto a sugerirme lecturas y despejar mis dudas, así fue que hice mi tesina de bachillerato con su guía, podría decir que fue mi primer tutor en investigación junto a la profesora de Filosofía: Nancy Bozo.
¿Qué ocurre en otros contextos, donde no hay padres o familiares lectores?, en estos casos se debe promover la investigación, con las herramientas a mano, periódicos, revistas, contar historias de la familia o de algún suceso local, en estos contextos un animador de la lectura es clave, también un bibliotecario cumple este rol de alguna manera.
Recuerdo al bibliotecario de la Villa Primero de Mayo, Carlitos Vaca (QEPD), hace algunos años atrás, llegaba a su biblioteca, en calidad de tallerista de lectura y literatura con mis estudiantes o sola, él se acercaba a conversar sobre qué temas nos interesaban, hacía lo mismo con los jóvenes y niños que llegaban, éstos le daban sus textos escolares y señalaban la consigna del libro, entonces Carlitos se adentraba en los estantes de la biblio, y volvía con la respuesta-libro en mano; cuando no había el libro, sacaba su celular y buscaba con los jóvenes las respuestas, se quedaba conmigo ayudándoles a entender la lectura encontrada, porque la mayoría de las veces estos niños y jóvenes que van en busca de información a las bibliotecas no saben cómo identificar las ideas principales, secundarias, periféricas, para responder lo que pide la consigna del texto escolar o la búsqueda asignada por el profesor, esta realidad genera estrés y frustración, la mayoría de las veces tenían un tiempo límite para estar en la Biblioteca, porque debían volver a casa y ayudar en la cocina, en el negocio, etc., así muchos niños y jóvenes sienten que no son para el estudio, experimentan deserción escolar, no entregan la tarea completa, reprueban la materia, y el profesor que trabaja tres turnos, con 50 alumnos en el aula, debe lidiar con su propio estrés y frustraciones salariales, desplegar toda su creatividad para para aplacar el malestar del sistema educativo de su país, etc. ¡Cuánto ayudarían un bibliotecario, un animador de lectura, un mediador en la biblioteca de cada colegio, o en la biblioteca de cada barrio!
Está explícita la carga psicológica, social que viven muchos niños y jóvenes cuando no comprenden un texto, y para eso están los bibliotecarios como Carlitos y muchos otros de Santa Cruz de la Sierra, de Recoleta, de Salto, de Buenos Aires, de La Paz, de Cochabamba, de San Ignacio de Moxos, etc., recibiendo a esta población en zonas diversas de Latinoamérica, a veces va solo uno a consultar , a veces muchos, y el bibliotecario funge de animador de la lectura en estos momentos, de tutor de cada consultante. Los bibliotecarios, los profesores, aunque no lo sepan todo, guían a los niños hacia la investigación, porque gran parte de la investigación sucede al leer. Las visitas a las bibliotecas resultan esenciales. Ahí todos los mundos posibles se ponen en movimiento y entonces descubrimos nuestros intereses. Una lectura obligada, en cambio, llama al estrés y el miedo.
Surge otra pregunta aquí: en una sociedad que no ha priorizado a nivel macroestructural en sus políticas educativas y culturales el asunto de la lectura y los lectores, buscamos ¿Libros baratos para formar lectores?: mi respuesta es No, lo que buscamos son bibliotecas (laboratorios de lectura) para que se revelen las propias aficiones, bibliotecas con animadores de lectura, bibliotecarios, cuenta cuentos, psicopedagogos, declamadores, invertir en capital humano que medie entre el libro y el lector, que le haga ameno el viaje, tanto en los colegios como en las bibliotecas públicas.
Así, en medio del miedo y la incertidumbre del mundo actual cada niño tendrá un período para internarse en sí mismo, elegir el libro que le interese, y experimentar el diálogo con el libro, ahí encontrará tremenda dicha y la enorme reserva de energía e inteligencia que se encuentra en la profundidad de cada uno de nosotros sin excepción de credo, condición socioafectiva, socioeconómica o sociocultural. Esta es la forma de encontrar su propia tranquilidad para seguir aprendiendo, disfrutando de la vida, del conocimiento, de todo cuanto tiene para descubrir en su interior y a su alrededor cada lector-habitante en el libro-territorio.