¡Hola, queridas lectoras y queridos lectores! He estado ausente de algunas redes sociales, esos espacios donde, parafraseando al capísimo Jesús Maestro, «la gente que no nos conoce dice de nosotros lo que supuestamente sabe.»

Jesús Maestro, en Crítica de la razón literaria, plantea una visión filosófica y rigurosa de la literatura, alejándola de interpretaciones ideológicas. Plante que la literatura debe analizarse con criterios racionales y objetivos, sin distorsiones impuestas por intereses políticos externos. Esta reflexión, sin embargo, no se limita solo al ámbito literario: también resuena en nuestra forma de comunicarnos en la vida cotidiana, la comunicación es en sí un hecho cultural y político, en el sentido de participación en la Polis, como bien enseña Platón en La República.

Vivimos en una crisis comunicacional sin precedentes. En lugar de hablar con claridad, muchos eligen suponer, murmurar o malinterpretar, crear agendas comunicacionales ocultas. Nos alejamos del diálogo genuino, reemplazándolo por ruido, suposiciones y sobrecarga de información. Para poder comunicarnos mejor con el entorno, primero debemos aprender a dialogar con nosotros mismos.

En este sentido, la práctica de Vipassana nos enseña el valor del silencio como una herramienta fundamental para la introspección. En un mundo saturado de estímulos, retirarnos de vez en cuando nos permite observar nuestra mente, ordenar pensamientos y conectar con la realidad de manera más consciente. Solo desde esa claridad interna podemos comunicarnos de forma auténtica y honesta con los demás.

A fin de cuentas, la humanidad es imperfecta, y todo lo que crea también lo es: la tecnología, la inteligencia artificial, las redes, los sistemas que rigen nuestras vidas. Pero la imperfección es, quizás, nuestro sello más genuino. Resistir es un acto lúcido, y mi mejor refugio sigue siendo el mismo de siempre: la escritura, mi patria elegida.

Cuando me canso, simplemente mando todo a la merda y empiezo de cero. Adoro los reseteos. De adolescente, solía escaparme al monte. Años después, cuando me hice profesora y trabajaba en varios colegios o bibliotecas, durante las vacaciones del arduo año escolar, me refugiaba en Piedras Blancas, en el maravilloso Centro Sol de mi amiga Marion Remus. Siempre he sentido la necesidad de retirarme del ruido para calmarme, aunque confieso, lograr silencio de verdad, el de la mente, ese sigue siendo un desafío diario.

Con los años, encontré al amor de mi vida. A pesar de que Veranika Lis y yo venimos de mundos distintos —ella de los fríos paisajes eslavos, yo de los chiquitanos de tierra colorada—, compartimos las mismas costumbres y hábitos. Nos conocimos en un retiro de meditación hace ya nueve años, y desde entonces compartimos una vida en la que el silencio, el recogimiento y la introspección son parte esencial de nuestro día a día. No vivimos tan alejadas del mundo como en el poema de Fray Luis de León, pero sí lo suficiente para preservar nuestro espacio. Es una forma de sobrevivir que mi madre, mis hermanas y mis hermanos comprenden bien. Retirarse, ausentarse o mandar algunas cosas a la merda es parte del proceso. Al final, la merda se convierte en abono, y el abono bien utilizado da alimento. El bendito ciclo.

Este año regreso a mi modo antiguo de ser. Desde mi blog, estaré compartiendo reflexiones y conversaciones. He decidido disfrutar más de lo presencial, escribir a mano antes de transcribir a la computadora, recuperar el ritmo pausado de la tinta sobre el papel. Elegir en qué vale la pena invertir el tiempo es, en sí mismo, un acto de resistencia.

Así que abro este nuevo ciclo agradeciendo lo que me fue negado y lo que perdí, porque todo ello me ha devuelto a mi esencia y me ha dejado con quienes realmente comparten mi camino.

Escribir a mano es un acto revolucionario en tiempos de excesiva virtualidad. Recuperar la motricidad, el contacto del lápiz con el papel, el sonido al borrar, dibujar, rayar… todo ello es una forma de meditación. En mi caso, siempre ha sido mi medicina contra la ansiedad, la frustración, la depresión y las migrañas.

Hoy quiero invitarlos a descubrir dos de mis libros publicados con la editorial Santillana Bolivia: Sobre rieles y Cuentos de la frontera. Ambos son viajes literarios, escritos para quienes buscan aventuras, emociones y un reencuentro con sus propias historias. Son libros nacidos en esos espacios de retiro que tanto valoro.

Sobre rieles es un relato lleno de nostalgia y emociones profundas. En él, les propongo un viaje desde Santa Cruz de la Sierra, atravesando todo el corazón de la Chiquitania y el sureste boliviano, hasta llegar a la frontera con Brasil. A través de las vías del tren, no solo recorremos paisajes físicos, sino que nos adentramos en un paisaje emocional, cargado de historia, tradiciones y sentimientos. En este recorrido, cada estación y cada paso se convierte en una oportunidad para conectar con el pasado, la identidad y los recuerdos que nos han formado. Si te apasiona la historia, la cultura y la introspección, Sobre rieles es la lectura perfecta. Pueden conocer más sobre este libro en los siguientes artículos:

Para animarte a ir Sobre rieles, te comparto un fragmento de los cuentos con los que cierro el libro:

GUARDA PALABRA

Cuando aprendí a leer y escribir, fue durante los viajes en tren con mi abuelo-papá. Él me regaló un estuche que contenía varios lápices, un tajador, un borrador, una pequeña tijera, y un frasquito de "carpicola" para recortar revistas y periódicos. Me animaba a pegar esos recortes en la agenda Tiluchi de 1986, que era la segunda que me regalaba. Estábamos en 1993, pero papá me daba agendas de años anteriores.

Como ya sabía leer, o eso pensaba yo, comencé a leer lo que papá había anotado en la agenda de 1986 y también en la de 1984. Así descubrí sus actividades, su trabajo, sus preocupaciones. Encontré notas sobre una muerte, un nacimiento, visitas a sus hermanas en Corumbá y Campogrande, el pago de deudas y reuniones con muchas personas a distintas horas.

Después de leer todo eso, empecé a escribir lo que supuestamente estaría haciendo yo ese mismo día en esos años, aunque aún no había nacido. Jugué a imaginar qué habría hecho junto a papá en aquellos tiempos.

Durante este viaje de lectura y escritura, me di cuenta de que mi memoria es un lugar extraño. A veces es una tumba que guarda recuerdos olvidados; otras, un árbol lleno de pájaros; otras, un pájaro tiluchi construyendo su casita imaginaria; a veces, una hoja viajera, una raíz de yuca, o una semilla de sandía o guapurú. Otras veces, es la leña con la que hacemos la fogata.

Este viaje fue muy especial porque comencé a relacionarme con las palabras de una manera nueva, con los objetos que me rodeaban, con el sonido del tren tanto de día como de noche, y con la linterna que papá siempre llevaba para alumbrarme. Él también me dio una linterna pequeña para que pudiera alumbrar mi agenda mientras dibujaba o escribía.

Fue en este viaje cuando me di cuenta de que me sentía desconectada del mundo de la escuela y de la casa, pero muy conectada con los recuerdos de lo que papá me decía y me enseñaba en cada viaje, y también con mi propia imaginación, que no tenía nada que ver con el mundo físico que me rodeaba. Eso hacía que, cuando me hablaban en la escuela o mamá me decía algo en casa, no pudiera reaccionar de inmediato porque estaba en otro lugar, en otros pensamientos. A veces me encontraba recordando una semilla, un árbol o a mi perrita Dicci.

Entonces comencé a escribir y dibujar los gestos de mi perrita, antes de que se me escaparan de la memoria. Recuerdo especialmente aquella tarde en que jugábamos en el barrio y un auto pasó a toda velocidad. Dicci se lanzó sobre mí y el auto la atropelló. No recordaba ese momento hasta que desperté en el veterinario, con mi hermana y amigos llorando. Dicci ya no estaba. Mientras evocaba ese recuerdo olvidado, papá se me acercó con un vaso de jugo de naranja, que vendían en la estación donde estábamos.

Noté que en mi agenda había escrito tanto y dibujado tanto que los lápices estaban gastados y el tajador ya no servía. Fue entonces cuando papá hizo algo que marcó un antes y un después en mi vida: me dio su bolígrafo de trabajo.

Ese momento fue muy especial porque sentí que lo que escribiera con ese bolígrafo sería diferente, sería algo grande, como papá. Él tomó mi mano y me dijo:
— Agarrá el bolígrafo, mantené la mano suelta y dejate guiar por el movimiento que voy a hacer para escribir el nombre de tu mamá: P-I-L-A-R.
Y mientras lo hacía, me decía:
— Mijita, escribir es como dibujar, solo que dibujas letras que nombran lo que has visto, lo que sentís, los nombres de las personas, lo que pensás.

Luego escribió otra palabra: T-R-E-N.

De esta manera, comencé a comprender cómo se escribía de una manera "de grandes". Empecé a combinar letras, haciendo la "E" mirando al oeste, la "N" con la pata derecha hacia la izquierda. No tuve problemas con la "T", pero la "P" y la "B" fueron un reto. Cuando las escribía, se veían diferentes, pero cuando las pronunciaba, sonaban parecidas. De hecho, en la escritura noté que una tenía dos "panzas" y la otra solo una, pero poco a poco comencé a distinguirlas.

Entre un viaje y otro, papá me daba nuevas palabras para escribir. Ya sabía pronunciarlas y usarlas en mis conversaciones, pero escribirlas era otra cosa. Hasta antes de ese viaje, yo pensaba y sentía muchas palabras, pero las escribía de forma abstracta, como rayitas en distintas posiciones. Sin embargo, cuando papá me enseñó a desplazar el bolígrafo de manera controlada sobre la agenda, eso marcó un antes y un después en mi relación con las agendas, los lápices, los bolígrafos y las palabras.

Después de que papá me dio listas de palabras para escribir, comencé a crear palabras nuevas, combinando letras de manera libre. Cuando las escribía al revés, parecían otro idioma, uno que ni yo misma sabría nombrar. En ese viaje de combinar palabras, papá me dio otra agenda, la de 1988(..)

Cuentos de la frontera es una propuesta literaria fresca donde los relatos exploran los paisajes humanos, sociales y culturales de la región fronteriza boliviana. En este libro, cada cuento nos transporta a geografías emocionales, de la niñez y adolescencia, a esos territorios limítrofes donde la Chiquitania se encuentra con Brasil, revelando historias que nos hablan de fronteras geográficas y del alma. La obra invita a reflexionar sobre las conexiones humanas, las tradiciones compartidas y los desafíos de vivir en una región de constante cruce cultural.

Si quieren saber más sobre Cuentos de la frontera les comparto un poco del cuento inaugural del libro: 

Corazón de Monte

En un rincón olvidado del mundo, donde la realidad se entremezclaba con los sueños y las verdades se desdibujaban entre sombras, habitaba un ser peculiar llamado Monte. Este personaje enigmático vagaba por los caminos del tiempo con la carga de una verdad que lo atormentaba desde tiempos inmemoriales.

Monte había sido testigo de incontables historias, de secretos sepultados bajo capas de silencio, musgos, piedras, cortezas de falsas apariencias. Pero su propia verdad, la esencia de su existencia, estaba envuelta en un misterio tan profundo que ni siquiera él mismo había logrado descifrar.

Un día, mientras deambulaba por los senderos del bosque seco chiquitano, entre el valle de Tucabaca y los ojos de agua que se encuentran en el sendero, Monte se encontró con un antiguo libro de piedra, cuyas páginas estaban impregnadas de signos que él desconocía, pero intuía que contenía sabiduría y magia. Intrigado por su contenido, comenzó a hojearlo con manos temblorosas, buscando respuestas a las preguntas que lo acosaban, pero el código de ese libro de piedra era indescifrable, no era la cueva de San Miserandino con las pinturas rupestres, era otro libro, uno que alguien había tallado en piedra y cortado con tal delicadeza que cada hoja era una lámina fina pero a la vez áspera, en la cual también habían tallado con precisión un idioma que Monte nunca antes había visto.

Entre las páginas ásperas y de piedra colorada del libro, Monte encontró una narración que parecía hablar directamente a su alma, logró conectarse con el movimiento que había hecho el tallador-escritor del libro, luego de darse un baño en el ojo de agua, entró en otra dimensión. El libro contaba la historia de un ser perdido en un laberinto de mentiras, cuya única salida residía en enfrentar la verdad que yacía oculta en lo más profundo de su ser, y para ello tendría que adentrarse más en las aguas, volverse agua.

Las palabras del libro resonaron en el corazón de Monte, despertando un anhelo irrefrenable por descubrir la verdad que tanto había eludido.

Decidido a desentrañar el enigma de su propia existencia, emprendió un viaje en busca de respuestas, dejando atrás las sombras que lo habían atado por tanto tiempo.

A lo largo de su travesía, Monte enfrentó desafíos que pusieron a prueba su valor y su determinación. Pero cada obstáculo superado lo acercaba un poco más a la verdad que tanto ansiaba encontrar. Se zambulló en el ojo de agua tibia del valle, nadó adentro de las piedras con agua que caracterizan este ecosistema, nadó sin salir por muchos meses, aprendió a respirar como los peces, se volvió pez, luego mutó y se volvió agua, luego piedra cuando el sendero era estrecho para que su forma humana atraviese los canales de piedra y tierra, se volvía nuevamente agua, su capacidad de trasmutación y transfiguración era impresionante, porque estaba decidido a descubrir de dónde realmente venía, quién lo había creado.

Finalmente, llegó a un lugar sagrado donde habitaba un anciano sabio conocido por su profunda conexión con los secretos del universo. Monte le relató su historia y le pidió ayuda para desvelar el misterio que lo había consumido durante tanto tiempo.

El anciano lo escuchó con atención y, con una mirada llena de compasión, le reveló la verdad que había estado buscando desesperadamente. Monte descubrió que su vida estaba entrelazada con los hilos del destino de una manera que nunca había imaginado, que su propósito trascendía los límites del tiempo y el espacio, una tragedia lo había creado, era hijo de una gran herida.

Con el peso de la verdad sobre sus hombros, Monte regresó al mundo exterior, transformado por la revelación que había recibido. Ahora, en lugar de ser un ser perdido en un mar de incertidumbre, se convirtió en un guía para aquellos que buscaban la verdad en un mundo lleno de sombras y engaños. (...)

Ambos libros están pensados para todo lector, desde los más pequeños hasta los adultos, ya que el valor literario de cada uno trasciende edades. Si sos un lector ávido de aventuras, de reencuentros con tu interior y de exploraciones profundas sobre el origen, las raíces y paisajes de la vida, Sobre rieles y Cuentos de la frontera son ideales para vos.

Estos libros fueron escritos entre mis 16 y 28 años, me enseñaron a tener paciencia conmigo, a descubrir lo buena perdedora que soy, me encapricho y persisto más cuando las cosas no salen, «es el don de los que conocemos el rechazo y la negación desde antes de nacer», según conversaba con varios amigos y amigas hijos de sus abuelos y abuelas, coincidimos en esto.

Agradezco a Santillana por publicar estos libros que están hechos de brevedad y sustancia, no se desperdician hojas con palabras de relleno (ecología ante todo), son cortos y contundentes. Si estás interesado en hacerte con tu ejemplar, te invito a visitar el sitio web de Santillana Bolivia, donde podrás conocer más sobre mis libros y realizar tu compra: https://www.loqueleo.com/bo/autores/claudia-vaca.

Los invito a sumergirse en sus páginas y disfrutar de estas historias.

Portada Sobre rielesPortada Cuentos de la frontera

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *