Los amigos, Penélope y Ulises
recorren surandancias
para encontrar Ítaca,
ellos saben que Ítaca es un camino en la memoria
del grano de café que viaja tanto como Ulises.
La Ítaca encontrada es el viento,
la brisa que deja y lleva en su anagramática cada visitante surandante.
Latitudes latiendo en cada uno
según el café y la fe que lo abrigue,
altitudes – multitudes labrando el café que anda y manda
cuando se asienta en la boca, haciendo saltar las lenguas
para contar historias y cultivar la fe,
cuál Penélope a los visitantes de Ítaca
cual Ulises regalando caballos a Troya para vencerse a sí mismo
y cantar su verso-versión a cada amigo
de la vía láctea en la cual transcurre el café,
desde Etiopía hasta tu paladar
desde la piel del Inca
hasta tu boca
desde el viento y el aliento
hasta tu lengua raíz;
in situ
renaciendo en surandancias.
El café es un espacio con aroma a fe
cultivada en el café ,
compartidendo desde su agri-cultura
la generosidad y el viaje del aliento que se hilvana
siembra tras siembra
estación tras estación
acción tras palabra
expandiéndose con las leyendas contadas a su alrededor
hasta llegar al límite del pensamiento y de los sueños,
para ver duendes, dragones y el fuego en el fondo de la taza…
leer allí un nuevo idioma
y comprender el viaje de las raíces y el grano intacto
repartido en moléculas cantándole a la vida.
En este grano
se prenden cuatro luces
dejando caer las hojas en los ojos
y la lengua de la fe.